domingo, 2 de septiembre de 2012

Insecticidas, Modificación Genética y la Reinvención de la Cultura

Tengo 3 cosas qué decir:

Una, la más útil de todas, es que tengan cuidado: si empiezan a crecer sus jitomates, es muy fácil que el peso doble las ramas, cortando repentinamente el flujo de nutrientes del suelo, debilitando la planta, y enfangándolo todo. Lo curioso, insisto, es lo fácil que es que suceda. Hay que ser cuidadoso al manipular las ramas. Como cualquier vida, las ramas son frágiles y reaccionan a lo que uno hace con ellas.


Dos: La lucha por la vida y la salud está llena de peligros. Los enemigos son legión y no se cansan y no paran nunca; y si mueren son sustituidos por otros, que pelearán igual o más duramente que los anteriores.

Entiendo a los hombres que inventaron los insecticidas. Los entiendo y respeto. Casi podría venerarlos. Pero también comprendo -y represento- a los que queremos comer sin venenos. No tengo esto solucionado. Este año logré muchos más jitomates que el año pasado, pero la lucha con el mal y sus enviados es verdaderamente desgastante; sobre todo si uno no hace mucho, como yo: si se aplica infusión de ajo mucho menos de lo recomendado. El caso es que el ánimo decae al contemplar a la enfermedad avanzando (mis plantas tienen hongos que no he sabido combatir) o a los parásitos intrusos bebiendo de la savia de las flores más pequeñas, de los brotes más tiernos. Una vez que llegan nada es igual.

Tres. Mis plantas de arúgula, con las que he enriquecido mis ensaladas todos estos meses y que nacieron de las semillas orgánicas que le compré a mi amigo el Profesor Aguilar, han dado flor y ahora tienen vainas que espero vengan llenas de semillas nuevas que darán plantas igual de ricas que las anteriores, pero con una diferencia fundamental, una palabra que no sé si he mencionado en este blog: son G - R- A - T - I- S. Aún no sé cosecharlas ni almacenarlas. ¿Le preguntaré a mi amigo cómo hacerlo?


En este sentido, comprendo a los hombres que modificaron genéticamente las plantas para que no dieran semillas. Eran vendedores de semillas, a eso se dedicaban. No digo que los justifico, simplemente los comprendo.

Es decir, que creo que estamos de una forma o de otra recorriendo un camino ya recorrido: los jóvenes -y también, o sobre todo, la gente de mi edad-  estamos aprendiendo a hacer las cosas con nuestras manos, a venderlas directamente a los otros, a apreciar el valor de los oficios y a considerar elegante el intercambio, el esfuerzo personal, detestar a las empresas. Pero al cultivar tomates nos enfrentaremos con que hay que inventar insecticidas y modificar genéticamente los cultivos. Al comprar maderas el carpintero orgánico sustentable buena onda se dará cuenta que ganará más dinero con una madera importada ilegalmente, o algo así, y nuestras almas y corazones blancos de tanta ilusión de reinventar la cultura se verán frente a frente con la disyuntiva.

En muy poco tiempo. O es que realmente hay alternativas?


Bueno, para no dejar sabor amargo, pongo la foto de la cosecha de hoy: