Terminé de cierto modo mi invernáculo o mini-invernadero. La propaganda política que salí a hurtar una noche de campaña fue fundamental para terminar la puerta sin gastar tanto.
Adentro las plantas están creciendo felices. El lechuguero reloj y los jitomates que me tardé en trasplantar están encantados con el clima estable, y ahí vienen detrás de los de las macetas colgantes en cuanto a desarrollo. Supongo que eso está bien; me dará jitomates durante más tiempo. Estos apenas florean, los otros están ya en plena producción de frutos. Al lechuguero reloj le arranco hojas por lo menos cada semana, y así es como se ve antes de ser ensalada:
El invernáculo no es perfecto. Hice mil planos, y no seguí ninguno, un poco como la vida. Por lo tanto no quedó perfectamente hermético, tendré que ajustarlo ahora que consiga sargentos. Además no he pegado ninguna de sus partes, todas se apoyan entre sí y un buen viento puede arrancarlo de tajo, dejar a todas las plantas homeless. Pero eso es un buen recordatorio de la impertinencia de las cosas; ya lo fijaré algún día.
Por lo pronto es bonito haber construido una casa, con mis propias manos, y casi gratis.