domingo, 19 de agosto de 2012

Tiempos Malos

Salí de viaje y al regresar encontré enfermedad y muerte.





















Tuve que destruir las calabazas, y los jitomates podarlos mucho. Ha pasado más tiempo, y han seguido empeorando. No sé si es que los frutos consumen toda su energía y se entregan entonces a las plagas. Y los pulgones progresan si no se lucha contra ellos prácticamente a diario. Entre el Mildiú y los pulgones mis jitomates daban esta mañana un espectáculo desolador. Casi suficiente como para tirar la toalla, darse por vencido, entregarse al decaimiento, a la progresión de la enfermedad y de la muerte. A la pudrición. Pero no; finalmente me decidí a trabajar y hoy tuve que dejarlos casi pelones, con esperanza de que sobrevivan y los tomates se logren.


Es hora de echar mano de los avances de la ciencia. Un poco de insecticida por aquí, un poco de fertilizante mañana por la mañana.

Además, como sospechaba, el invernadero se me ha volado varias veces. Ya intenté fijarlo y según yo había quedado, y se volvió a volar. Pedazos de policarbonato han golpeado a las lechugas. El Mildiú ataca todo, igual que los pulgones, pues al desarmarse todo quedó expuesto al contagio. Es la guerra.

No cabe duda que nada es fácil, nada es gratis; que el mal acecha siempre y lo único que podemos hacer es trabajar, accionar, cultivar nuestro jardín.

Pinches jitomates. Pero se ven bonitos. Tengo esperanza.


jueves, 9 de agosto de 2012

Palmeras Niñas

El contacto con las semillas, los brotes, las pequeñísimas y frágiles plantas que nacen y mueren al primer descuido, me ha sensibilizado, en general, a las plantas niñas que hay en la ciudad, y en especial a las palmeras.



Las hay por doquier; una sola ramita que aparece y aguanta no sé cuánto; quizás una año, o dos, antes de tener otra rama que la engrose, antes de que algún perro, humano, granizo o rata termine con ella. Si tiene suerte la rama se vuelve doble, y poco a poco, remedo de una palmera mayor. Poco a poco le nacen hojas que se ven como palmeras pero sólo a las suficientemente fuertes o afortunadas.



He notado que sólo progresan al abrigo de alguien, cuidadas por algo mayor a ellas, generalmente su propia madre, por llamarla de algún modo, o será papá. También crecen junto a bardas, rejas, postes, bajo cualquier cosa que les des dé un resguardo del mundo y su vaivén.


Me queda claro que algún día, la palmera anciana caerá muerta por la joven ganadora del concurso o tomadura de pelo que se llama vida, que habrá usurpado el lugar de sus raíces y la sucederá en la espera de un destino similar.

Y esto mismo me ha hecho me ha ilustrado lo distintos que son los cuadros de tiempo, para humanos y para palmeras. Lo que para nosotros es toda una vida para ellos es una infancia, o cuando mucho, una adolescencia.

No puedo dejar de imaginar un mundo en el que los hombres hayamos caído y las palmeras extiendan nuevamente su reinado por la tierra.

Un lugar a salvo para las niñas palmeras. Por unos cuantos millones de años. No más.