Salí de viaje y al regresar encontré enfermedad y muerte.
Tuve que destruir las calabazas, y los jitomates podarlos mucho. Ha pasado más tiempo, y han seguido empeorando. No sé si es que los frutos consumen toda su energía y se entregan entonces a las plagas. Y los pulgones progresan si no se lucha contra ellos prácticamente a diario. Entre el Mildiú y los pulgones mis jitomates daban esta mañana un espectáculo desolador. Casi suficiente como para tirar la toalla, darse por vencido, entregarse al decaimiento, a la progresión de la enfermedad y de la muerte. A la pudrición. Pero no; finalmente me decidí a trabajar y hoy tuve que dejarlos casi pelones, con esperanza de que sobrevivan y los tomates se logren.
Es hora de echar mano de los avances de la ciencia. Un poco de insecticida por aquí, un poco de fertilizante mañana por la mañana.
Además, como sospechaba, el invernadero se me ha volado varias veces. Ya intenté fijarlo y según yo había quedado, y se volvió a volar. Pedazos de policarbonato han golpeado a las lechugas. El Mildiú ataca todo, igual que los pulgones, pues al desarmarse todo quedó expuesto al contagio. Es la guerra.
No cabe duda que nada es fácil, nada es gratis; que el mal acecha siempre y lo único que podemos hacer es trabajar, accionar, cultivar nuestro jardín.
Pinches jitomates. Pero se ven bonitos. Tengo esperanza.
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