Según el libro “Sexo al Amanecer”, el ser
humano primitivo vivió durante miles de años en grupos de cazadores
recolectores, en los que la supervivencia de cada tribu estaba fundamentada
principalmente en compartir todo. Todo es todo: las responsabilidades los
miedos la comida los riesgos el refugio las parejas los hijos la paternidad; sí,
leyeron bien, las parejas y los hijos y la paternidad. En esas sociedades
primitivas, los hijos eran hijos de todos, propone el libro, y el sexo se
ejercía como medio social de arreglar disputas y relajar el ambiente, de
cohesión para la tribu, y de ahí el gran ímpetu sexual del ser humano.
Mi psicoanalista coincide con que fue hasta
la invención de la agricultura, que se “inventó” la propiedad privada, y con
ello, se desencadenó el infierno de la sucesión y por ende, de la monogamia.
Pero bueno, no estoy aquí para hablar de
sexo sino de agricultura urbana.
Lo que me parece incuestionable es que existe
una lógica en que las sociedades progresen a partir de qué tan cooperativas
son.
Hace no mucho platicaba que este año
sembré el doble de jitomate que el año pasado. Que cada temporada intento
sembrar más y mejor. Este hecho lo mencioné como una acción capitalista:
sembrar más, crecer, multiplicar las ganancias.
En realidad, en mi descargo, mi intención principal era poder regalar frutos de mi huerto a otras personas. Y ya lo hice: a mi hermano y a
Juanita, quien nos ayuda en casa. A ambos les pregunté qué les parecieron, y
ambos me agradecieron mucho los jitomates y me dijeron que realmente había una
diferencia de sabor y textura y color con los jitomates que pueden conseguir en
el mercado. (Y tienen razón: una salsa mexicana con ellos no es una salsa, es una fiesta).
Así que me sentí muy bien de poder
compartir los frutos del huerto. Solidario, dirán ustedes? Pues en realidad
resulta que mi hermano y Juanita son los que cuidan del huerto cuando yo no
puedo, sea por trabajo o por vacaciones, las dos cosas por las que vivo. Así
que mi solidaridad es una farsa y lo único que quiero es que me sigan ayudando en
otras temporadas. Es más, les dí los jitomates que tenía listos porque me iba
de vacaciones y no podía comérmelos a tiempo. Así que sigo siendo quien soy y
mi “solidaridad”, fingida, espero me ayude a seguir manteniendo el huerto
aunque no esté.
No sé de qué manera, pero en esta
historia creo que está encerrado algo de la historia de la humanidad. Y no sé
si quedo bien o mal parado en ella; al menos soy yo el que tiene los jitomates.
Epílogo: Hace poco me visitó un español
que también siembra, a él le regalé 2 mini-jitomates (primero uno, y al
sentirme avaro, le dí otro). “Son un lujo”, me dijo emocionado guardándoselos
en la bolsa del saco. No sé si estaba siendo irónico o si realmente los
aprecia, yo creo más bien esto último. Y eso espero, pues se los dí –casi- de
corazón.