Por ejemplo, unas lechugas en el invernadero, florearon de jovencitas; es decir, ni tiempo tuve de hacerlas ensalada, siendo unas niñas estaban ya floreando; y al florear se amargan y se transforman, les sale una especie de quiote similar al de los magueyes; dejan de parecer lechugas, pues, y se convierten en aliens. Generalmente esto sucede después de un par de meses de producción de hojas; en este caso supongo que el calor las hizo madurar aunque no estuvieran realmente preparadas.
Pero lo verdaderamente raro es que una serie de botes germinadores los estuve regando con el pendiente de sembrar en ellos algún día algo. Es decir, yo sabía que no les había sembrado nada; y aún así los regaba y cuidaba y mantenía; y ví crecer unas plantillas y las cuidaba más y más, hasta que ayer domingo entré en razón y acepté que yo no tenía porqué cuidar a unas hierbas arribistas que no iban a ningún lado y que yo no quería y tuve que asesinarlas.
¿Cuántas cosas en la vida no son así? Una suma de circunstancias a las que se agrega el cuidado constante, el cariño, la procuración de algo que en realidad no se desea. Qué miedo. En fin.
Así que finalmente sembré cosas muy ordenado, les puse etiquetas con los nombres de lo sembrado, y la fecha, y en todo ello está mi esperanza de que no sea demasiado tarde, pues todo indica que se siembre a inicios de la primavera y yo lo estoy sembrando casi al final del verano. Pero para eso vivo en México y para eso tengo mi invernáculo, para sembrar todo el año y eso, sí, sembrar lo que yo quiero.
Sembré albahaca, para hacer pesto, lechugas de colores, jalapeños y cedrón. Todo esto lo tenía en sobres desde mayo y no fue sino hasta el 11 de agosto que me decidí a abrir los paquetitos que me traje de contrabando de Los Estados Unidos.
¿Por qué pasa esto? ¿Por qué uno no hace lo que quiere o dice querer, y en cambio hace o cuida lo que sabe que no quiere o que no tiene nada que ofrecer?
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