Y es que todo este tiempo he estado luchando secretamente, y si no luchando al menos padeciendo, las andanzas de un gato -tengo que aceptar que, muy probablemente, es el mío- que trepa a una de mis jardineras y de vez en cuando escarba, de vez en cuando convierte mi super jardinera en escusado. No es muy frecuente, pero pasa, y es... se imaginarán, bastante molesto y poco saludable.
No es la jardinera del brócoli. Es más bien la de las hierbas, la del chile manzano que está del otro extremo, de la lavanda que no se come, de la ruda, que está ahí con la única misión de espantar los gatos.
En fin. El caso es que hoy, y siguiendo las máximas del ecologismo egoista, que dictan que hay que gastar lo menos posible y usar las cosas lo más, se me ocurrió usar las pencas de los agaves azules que podé para el invierno, para defenderme de tal plaga.
He aquí el resultado:
Como ven, hay restos del mini-invernadero que protege los brotes de albahaca desde la primera vez que las sembré.
Finalmente mucho de este asunto es acerca de la protección.
A las plantas, las semillas, los brotes, a las jardineras mismas.
Hay que protegerlas.
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