Sembré infinitas semillas, de albahaca, de espinaca, de brócoli. No sé si el gato las echó a perder; también pudo ser el clima, la falta de lluvia, todo combinado. Pero he visto crecer pequeños brotes, que no han llegado a nada. Un día están y al otro ya no. Ahí han quedado mis intentos.
Así que en este último arreglo, decidí separar las pequeñas hojitas, plantitas -ya no son brotes, tienen semanas, son las survivors- y sacarlas de la jardinera y meterlas a mi cocina. Afuera hace mucho frío. Hay poca agua y mucho sol. Una planta niña no la tiene fácil, las voy a ayudar.
Así las cosas. He aprendido que una buena jardinera no es el paraíso inmediato para las plantas. Hay que cuidarlas, protegerlas, procurarlas. Hay que esperarlas. Se tardan mucho en crecer, y más cuando cambia el clima. No son el supermercado.
Pero así como es necesario atender y vigilar, sucede que de pronto la vida nos da regalos. Ahora mismo crecen allá arriba un jitomate espontáneo, lechugas que yo nunca sembré, y un "Vapo-rub", como le dicen en México, que también surgió por su propia entereza y voluntad.
Ah! Y además ya está creciendo cilantro!! Y yo no lo sembré, o ya ni lo recuerdo.
En fin. Hasta aquí las confesiones, y espero que con los arreglos nuevos vengan más noticias.
Por lo pronto ahora conozco más los tiempos. Supongo que estas albahacas que ya cuido en la cocina estarán listas, más o menos, para el día de mi cumpleaños.